A medida que avanzan los tiempos y la urbanidad y la civilización (es decir, el ser humano y sus creaciones y construcciones), los paisajes continúan ejerciendo cada vez mayor atracción sobre el ser humano; una especie de llamado atávico que abordaría Jack London en su Call of the Wild a través de Buck, el perro protagonista de su historia:
Pero especialmente le encantaba correr en el tenue crepúsculo de las medianoches de verano, escuchando los soplos tenues y soñolientos del bosque, leyendo señales y sonidos al igual que un hombre puede leer un libro, y buscando ese misterioso algo, que lo llamaba—que lo llamaba, despierto o dormido, a toda hora, para que viniera.
En tiempos pretéritos, lo salvaje no ejercía más llamado que el del vivir sumido en el misterio pues, como es de suponer ante el contexto del vivir paleolítico, no existía un perímetro que delimitara el fin del dominio de los seres elementales y el comienzo del dominio del ser humano. Hoy en día, desde la ecología podría entenderse que el Homo sapiens ejerce una dominancia no en términos numéricos, pero sí una enorme dominancia en términos de influencia: probablemente, el ser humano no destruya el planeta como sostienen los más alarmistas, pero definitivamente la presencia antrópica puede dejar huellas sincrónicas en el medio ambiente si se toma en cuenta una visión a escala humana, donde nuestra descendencia contemplará los paisajes de los diversos ecosistemas como un derivado de un derivado anterior. Desde una visión de eras geológicas, es muy factible que las modificaciones sincrónicas carezcan de importancia pues es la visión diacrónica (esta cuerda que entrelaza muchas pequeñas hebras de vivencias y conocimientos individuales y atomizados) la que se impone entre un tiempo t supuestamente 0 y un tiempo t = 1, pasando por alto los infinitos t que están contenidos entre 0 y 1.
El avance de las ciudades y el correspondiente progreso se traduce también en un avance de las búsquedas y experiencias de lo silvestre, donde el ser humano busca imbuirse de la anarquía ctónica en un viaje extático que fisura un poco la normalidad. Y el ser humano comienza, entonces, a realizar actividades para internarse en el misterio.
Illud mysterium nulla ratione naturali potest demonstrari positive, quod sola revelatione cognosci potest.
Senderismo y excursionismo cobran mayor protagonismo con el pasar de los siglos, y ya escritores como Julius Evola, Ernst Jünger, John Muir, Henry David Thoreau, entre otros, hablaron de las virtudes de internarse en lo salvaje. Ambas disciplinas se han posicionado dentro de las actividades favoritas del hombre contemporáneo que busca el contacto con lo natural, presentando distinciones entre ellas. El senderismo (o hiking) se diferencia del excursionismo (o trekking) en que este último es afín a la búsqueda de parajes sin caminos, que demandan un mayor esfuerzo físico y que también involucran una mayor presencia de peligro. En el excursionismo hay cierta pasión por lo ilícito y no explorado, mientras que el senderismo es más lícito, contemplativo y conservador (aunque no por ello no-riguroso).
Con intencionalidad, preparación y rigor, toda disciplina puede ser empleada como una herramienta que trascienda a los objetivos de la disciplina misma. De esta manera y respecto a esta dimensión (la del trabajo ulterior y trascendental), se pueden desprender y comprender dos modalidades de senderismo: uno profano, regular, y otro iniciático y mistérico, ya que se asocia al mysterium tremendum.
Este excursionismo iniciático se distancia del excursionismo exotérico y funcional puesto que se presenta como una forma de vía alquímica para el individuo, donde por un lado se incluye el trabajo exotérico del excursionismo funcional (contemplar paisajes, someter al cuerpo a esfuerzo físico, observación de flora y fauna, etc.) pero, paralelamente, se realiza bajo un enfoque que puede ser el de iluminación como de oscurecimiento, según lo que estime necesario el excursionista-iniciático dentro de su trabajo. Así, entrar a explorar en lo salvaje es también una técnica para explorar dentro de los agrestes parajes del interior del ser humano, aquella dimensión poco explorada debido a cierto abandono por parte del hombre civilizado, debido a la sobreestimulación a la que éste se somete cada día. En el excursionismo iniciático, el individuo debe ser capaz de diferenciar y discernir entre el espejismo de estímulos que lo rodean y de la experiencia verdadera de la observación, donde sus sentidos dejan de ser lacerados por la imaginación dirigida, de manera que el ser humano aborde la experiencia sensorial de manera primitiva, aún a pesar de su conocimiento y vivencias anteriores.
Sagrado y profano para el hombre se diluyen cuando se entra en el misterio de lo salvaje. No hay un escape de la realidad, sino una inmersión en ella, en el ser, en el acephalismo extático que inunda al iniciado en la entrada en la Catedral que destruye la polinización de la sobreestimulación de la vida civilizada, llevándolo a parajes exteriores más allá del velo, y también a exploraciones que peregrinan entre las ramas del insondable y fascinante misterio.