Delirios en la Falsa Cumbre

«…la brecha en el pensamiento entre lo Real, que es ideal, y lo Irreal, que es factual. En el Abismo todas las cosas existen, en efecto, al menos en apariencia, pero carecen de sentido posible, pues carecen del sustrato de la Realidad espiritual. Son apariencias sin Ley. Son, pues, Delirios Insanos».
—Aleister Crowley, Little Essays on Truth

El santuario emplazado en lo alto, en la cima de la montaña del mundo —la que surge desde las entrañas pétreas desgarradas de la peristalsis de la Tellus Mater, como una bruta y escarpada columna terrestre que penetra dramáticamente la bóveda celeste, la inmensa y ciclópea concavidad que reside dentro de una de las contracciones del Vacío— ejerce una inevitable atracción dentro del Adepto, instándolo a escapar del mundo y de sí mismo y de todas las prisiones, espejismos e ilusiones que se sobreponen incesantemente a lo esencial en esta dimensión. Una ilusión seductora, un espejismo que se erige como un obstáculo en la búsqueda de la cumbre y de sí mismo post destrucción. Per ardua, el excursionista iniciático es conducido a un territorio que, tanto geográfico como existencial, es sagrado pues en él habita lo numinoso.

La sensación de real libertad que invade al montañista iniciático, el ave errante que se aventura a explorar en los páramos de las cumbres, cuando accede al despliegue de las manifestaciones reveladas ante él entre la hipoxia, el cansancio y el dolor, y también la experiencia de la renuncia —al menos temporaria, pues el tiempo mundano se detiene mientras se realiza el acto de re-creación— a las radiaciones ahrimánicas[1] inherentes del mundo moderno (amplificadas por las aspiraciones de carácter terreno del ser humano), se despedazan amarga y miserablemente cuando el Adepto traspasa el umbral de sus límites sólo para impactar con la realidad fracturada: la falsa cumbre. Ahí, la montaña de todas las montañas, se revela de manera cruda el hecho de que la vida moderna como tal está plagada de ilusiones que alejan al individuo de su verdadero ser.

En la falsa cumbre, que corresponde a una elevación en el terreno que —vista desde lejos— llena la mente y alma del explorador iniciático con la ilusión de haber alcanzado el punto más alto de una montaña, la realidad se desdibuja para dar paso al delirio, que correspondería a la inconsciente negación y ceguera respecto de la realidad y la existencia misma. Como una embriaguez que impide desestabilizar las estructuras cognitivas, la falsa cumbre niega la posibilidad de experimentar el momento de horror y muerte del sacrificio, de la intimidad de la vida. La falsa cumbre encarna la distracción materialista y la superficialidad, una desconexión con el yo interno y con la naturaleza misma.

Para Jünger y su Der totale Mobilmachung, la falsa cumbre correspondería a una manifestación de la ilusión tecnológica, donde la realidad se disuelve en una simulación superficial de la vida: una versión distorsionada de la realidad, donde las interacciones humanas genuinas son reemplazadas por conexiones digitales y la autenticidad se desdibuja en la búsqueda de la eficiencia, la artificialidad que avanza fragmentando a lo natural y salvaje que reside en la desnuda realidad.

El espejismo que proyecta la falsa cumbre es también, en otro espacio diferente pero situado dentro de la misma topografía de la realidad, el espejismo que proyecta la sociedad sobre el individuo, inundando su mente con ilusiones y distorsiones de la libertad. Ser libre, pero estando enmarcado al interior de las cuadraturas de lo permisible —esto es, estar autorizado a ejercer una variante limitada y filtrada de la libertad[2], una que sea funcional a una sociedad que, con el fin de detener la debacle de la barbarie, constantemente mira hacia la entropía que mora en su abismo interior—, domestica satisfactoriamente a la bestia ávida de la destrucción del equilibrio estático de la siempre amenazada homogeneidad. La libertad que nace, se desarrolla y lastimosamente muere bajo el cuidado de Kwan Yin, bodhisattva de la compasión, la sombra titánica, asfixiante y cuasi-omnipresente de la falsa cumbre, es una donde la violencia y la agitación de los excesos sagrados y profanos de las olas heterológicas son disipados y sacrificados para alimentar exitosamente al delirio del no-iniciado — el de la autocompasión, y también del miedo a la muerte (que si bien es una reacción natural y comprensible, debido a que la muerte representa la aniquilación de la existencia individual y el fin de todas las posibilidades y experiencias futuras —Atyantikapralaya, la pulverización disolvente del microcosmos en el crisol donde todo vuelve a su estado no-manifiesto original— al interior de la Realidad Última).

La radiación desprendida de los poderes ahrimánicos se hace especialmente patente en las capas estratigráficas más próximas al área de influencia de la falsa cumbre, pues es en presencia de su cercanía que la verdadera cumbre se torna más invisible para el montañista. Las radiaciones ahrimánicas, que parasitan el cuerpo y el alma, atraviesan el cuerpo mortal del ave errante, abrumando a la vasija humana con satisfacciones producidas por el acortamiento aparente de la brecha que separa al Adepto de la concreción de su objetivo. Hasta el punto inmediatamente anterior al develo de la realidad, el caminante, intoxicado y confundido por los trucos embellecedores del mundo sensible y de la satisfacción de las necesidades de la modernidad, siente —vanamente— que sus esfuerzos han dado frutos; luego de eso: el dolor, la experimentación del flujo heterogéneo que todo lo disuelve, la decepción que apuñala al cuerpo cansado y adormecido — despertándolo traumáticamente mientras inhala el frío y el polvo. El frío mortificante que impacta con el calor del metabolismo es también un mecanismo ascético que golpea como la fiebre.[3]

Ante él, más allá, donde se asoma la cumbre —la Verdad—, la realidad rasga violentamente el velo de la seguridad de la homogeneidad y lo conocido, desmoronándose la esperanza cimentada en la ilusión. Monumental pero espacio-temporalmente invisibilizada por la falsa cumbre, la cima irrumpe en el útero gélido del firmamento para transformarse en el pilar del equilibrio sobre el cual descansa el Cosmos. La cumbre, como hierofanía que se devela sin adornos, invita al montañista-alquimista a despojarse de las ilusiones impuestas por la sociedad y a ascender hacia una cumbre interior más auténtica, donde la esencia de la vida pueda revelarse en su plenitud. Allí, en la cumbre, lejos del mundo, lejos de todo y de todos, cansado y jadeante y lacerado por las olas heterológicas que desgarran la voluntad, el Adepto rompe la sintonía con las radiaciones de la modernidad, y entra en sintonía con la naturaleza y también con su individualidad.[4] La confrontación de la falsa cumbre, de la frustración y de la victoria que, al estar aún lejos, anímicamente sabe a derrota, empuja al excursionista iniciático a un viaje interno. Los espejismos, como desvaríos insanos ya que carecen de sentido, quedan sepultados bajo las visiones de lo heterogéneo, inundados bajo las olas de la marea de la transgresión y lo sagrado, olas que retornan para destruir todos los pequeños círculos que retienen a la voluntad que se encuentra prisionera en los reinos del delirio.[5]

El montañista navega por el rostro irregular de los océanos topográficos, pero también ésta es una navegación que se lleva a cabo sobre complejidades de la vida, sobre las limitaciones autoimpuestas, sobre los derroteros de la autenticidad y sobre las relaciones con el entramado ecosistémico y mesocósmico. Riguroso y firme, con cada paso hacia la cumbre auténtica, el Iniciado se acerca a la realización de su verdadero ser[6] y a la conexión con la realidad última que subyace en la vastedad de la existencia:

oṁ asato mā sad gamaya
tamaso mā jyotir gamaya
mṛtyor mā amṛtaṁ gamaya

— Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad 1.3.28

Notas.

[1] “Ahrimán es el poder que hace al hombre seco, prosaico, filisteo — que lo osifica y lo lleva a la superstición del materialismo. Y la verdadera naturaleza y ser del hombre es esencialmente el esfuerzo por mantener el equilibrio entre los poderes de Lucifer y Ahrimán.” Steiner, R. 1919. GA 193. Der Innere Aspekt des sozialen Rätsels; Luziferische Vergangenheit, Ahrimanische Zukunft.

[2] “Entonces, ¿cuál debe ser la conducta de nuestro hombre si deja de utilizar la última posibilidad que se le ha otorgado de exteriorizar su opinión?” Jünger, E. 1951. Der Waldgang.

[3] “La fiebre es la colisión de los dos elementos primarios en el microcosmos del cuerpo, bañando a su víctima en sudor y sacudiéndola entre olas de calor y frío. Una fiebre violenta, que arranca al individuo de su rutina mundana y lo catapulta a la locura, forma parte de la ‘enfermedad iniciática’ del chamán tradicional. En su delirio, el iniciado en el chamanismo entra en el mundo de los espíritus y de los muertos. Si el iniciado carece de fuerza mágica, permanecerá en este otro mundo, es decir, morirá.” Storl, W-D. 2004. Shiva: the wild God of power and ecstasy.

[4] “Un hombre debe aprender a detectar y observar ese destello de luz que cruza su mente desde dentro, más que el fulgor del firmamento de poetas y sabios.” Emerson, R. 1841. Self- Reliance.

[5] “Dejará atrás un gran número de cosas, atravesará una frontera invisible; leyes nuevas, universales y más abiertas empezarán a establecerse dentro y alrededor de su persona; o se ampliarán las viejas, cuya interpretación le favorecerá con más largueza; vivirá en una libertad propia de un orden de seres más elevados.” Thoreau, H. 1854. Walden; or, Life in the Woods.

[6] “El pensamiento más sombrío nos sigue diciendo que, en efecto, nuestras concepciones luchan en vano contra el horror del no ser. Sin embargo, se equivoca: la noche de la desesperación es iluminada por innumerables estrellas. Aunque no podamos captar la esperanza con un pensamiento que en cualquier momento es reabsorbido por el no ser, hay en el hombre, tan oscuro como éste pueda ser, momentos en los que el conocimiento resplandece como un relámpago. No vemos en esos momentos una respuesta que borre nuestras dudas, pero vemos la duda misma en una forma que ya no nos engaña.” Bataille, G. 1954. L’expérience intérieure.