Más allá del llamado del bosque por su ampliamente célebre atractivo paisajístico y ecológico, hay un llamado sutil sobre el ser humano, un clamor que apela a su esencia acéphalica, irracional. Es en el bosque donde el hombre escoge perder la cabeza como una vía metódica, «libéré de l’emprise de la raison» — aunque en el momento del rito se puede perder esta consciencia sobre el método, lo que confirma su efecto — para internarse en lo desconocido, en oposición a la estética monstruosa, grotesca y deforme del cotidiano moderno, desdeñado tanto por lo premoderno como por lo posmoderno.
En la internación en el bosque, en la danza semiestática — pues, debido a la estructura que forma su pared celular, el desplazamiento es casi inexistente — hipnótica, titánica, indiferente a la existencia humana como hecho filogenético aunque, tal vez, no tanto al hombre como ser que avanza sobre los espacios que puede colonizar; el hombre hace abandono de sí mismo, pero de la preeminencia de la humanización. Huye de las arquitecturas sociales por un instante y también de la preponderancia de la razón, de lo que lo ata a las convenciones de la sociedad, de lo que él siente que debe responder a la sociedad, y de lo que siente que debe responder a sí mismo en relación a la sociedad. Se decapita intencionalmente: introduciendo su cabeza en el bosque, esta desaparece de su humanidad y pasa a ser parte de la catedral de celulosa — acéphalismo.
La estructura espacial del paisaje del bosque — en el que los árboles sirven como estructuradores — conforma una suerte de loggia-nexo entre lo que está abajo y arriba: un ecosistema diferente con procesos clave («keystone processes») diferentes del resto de los ecosistemas; pero también un imaginario espacial con narrativa y significados diferentes de otros imaginarios. En esta loggia-nexo convergerán distintos nichos, actores, vectores y factores que llenarán de interacciones al continuo espacio-tiempo cuatridimensional en el que el bosque estará localizado.
Todo lugar votivo, vasija de la sacralidad, está íntimamente relacionado con lo humano, con la adscripción de significados y con la visión de lo humano respecto del mundo que lo rodea pero que él no ha construido. A partir de esta admiración por las construcciones que provienen desde el Numen es desde donde surge en el hombre llevar su admiración a un plus ultra donde el significado primero es imbuido de nuevas derivaciones y nuevas topografías de significados, materializándose posteriormente (por obra del demiurgos humano, acaso tímido y ardiente en hibris imitador del monstruoso Leontocéfalo, señor del axis mundi) como templos que capturan el templo preexistente — «Si monumentum requiris, circumspice».
Así, los árboles se vuelven los pilares de celulosa de la catedral del bosque. Pilares de biopolímero donde l’acéphale se interna para hundirse y fundirse en el abrazo ctónico de la sombra de la catedral boscosa, hogar de Silvanus.
En su Misterio de las Catedrales, Fulcanelli menciona que
[l]a catedral es una obra de arth goth o de argot. Ahora bien, los diccionarios definen el argot como «una lengua particular de todos los individuos que tienen interés en comunicar sus pensamientos sin ser comprendidos por los que les rodean». Es, pues, una cábala hablada. Los argotiers, o sea, los que utilizan este lenguaje, son descendientes herméticos de los argo-nautas, los cuales mandaban la nave Argos, y hablaban la lengua argótica mientras bogaban hacia las riberas afortunadas de Cólquida en busca del famoso Vellocino de Oro.
Las catedrales de celulosa mezclan en su estructura elementos de lo telúrico y lo uránico, pues son enlaces-pararrayos entre lo celeste y lo terrestre (enlaces vivos, a diferencia de la montaña). En esta catedral se produce la boda alquímico-hermética de spiritus et anima, razón por la cual en el internarse en el bosque hay un llamado a perderse en él, a acceder a las profundidades de la bóveda, al sanctum sanctorum donde non est in toto sanctior orbe locus pero que no hay certezas sobre si se está entrando o saliendo del corazón del bosque.
En el senderismo en el bosque, lo siniestro predomina en la visión acéphalica pues, aun siendo de día, el camino que se recorre es a través de sombras, de crujidos, oquedades y sonidos de aves. La vía iniciática del bosque demanda el abandono de la razón y la metamorfosis teriantrópica, pues es ahí donde el ave errante experimenta de manera auténtica la hierofanía del bosque: la experiencia trascendental de la belleza de la arquitectura biopolimérica de los espejos con los que el Numen se refleja pues, como mencionara Agustín de Hipona en El Orden, la verdadera belleza está anclada en una realidad metafísica, y la contemplación de la armonía visual y musical conducirá realmente al alma a la experiencia de la armonía y la unidad supremas.