En el frágil equilibrio entre la tierra y el cielo, donde los gigantes rocosos se levantan desde el rostro de Tellus Mater, las paredes graníticas desafían a las extremidades mortales del ser humano y también al alma, invitando al Adepto a enfrentarse al desafío supremo de las hierofanías rocosas, una encrucijada que vuelve tangible el reflejo del peregrinaje de descubrimiento y superación en el que se ‘sumerge’ catabáticamente el escalador. En la ascensión esotérica, el escalador se encuentra frente al santuario de la roca, parte de la montaña que emerge como un pararrayos-columna terrestre en busca del habitáculo celeste. La montaña, alguna vez inhóspita e inaccesible para los mortales, es la representación física de los límites impuestos por el universo (‘las leyes eternas’) y, en igual medida, por el mismo explorador. Al igual que los velos de la conciencia, las fisuras y los resaltes se entrelazan, desafiando la resistencia y habilidades del escalador. Es aquí, en este sendero donde los obstáculos ponen en prueba al Iniciado, que se encuentra el crux, el corazón mismo que arde en el templo de la alquimia interior.
En la disciplina de la escalada, el término ‘crux‘ (que proviene del latín y significa «cruz», sugiriendo que es el punto central y crucial de la ruta) se refiere a la parte más difícil o desafiante de una ruta o problema en particular en relación a la actividad. Éste el punto más crítico, en el que los escaladores enfrentan mayores dificultades y donde se requiere habilidad técnica, fuerza, equilibrio y estrategia para superar el obstáculo y continuar avanzando en la escalada — capacidades que probablemente deban ser superadas por parte del Adepto, ya que las exigencias dispuestas por el crux tienden a exceder las habilidades y fortalezas del escalador. Como un espejo que refleja la psique del escalador, el crux demanda a la confrontación con los límites autoimpuestos: esas paredes mentales restrictivas y construidas por el ser anteriormente a su transformación. Todo agarre, todo movimiento, todo pulso acelerado, revela con claridad las capacidades y límites del Adepto. Como el Adepto frente al santuario, el escalador está llamado a trascender sus limitaciones y superar la duda y las radiaciones parasíticas que se abren paso en el desierto interior.
Al igual que el escalador iniciático que se enfrenta al crux, Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau enfatizaban la importancia de los desafíos y las dificultades en el crecimiento del individuo. El crux se convierte en el punto culminante de esta lucha interna y externa, simbolizando el momento de mayor obstáculo y enfrentamiento con los propios límites. Al atravesar este obstáculo, el escalador experimenta una transformación donde la autoexploración y el desafío proporcionan una conexión más profunda con uno mismo y con la naturaleza salvaje.
El crux no sólo tiene una ubicación que reside en un tiempo sino, además, ésta reside en el espacio y, en términos propuestos por Eliade en sus obras Lo Sagrado y lo Profano y El Mito del Eterno Retorno, es factible distinguir ciertos aspectos de transformación, trascendencia, y también distinguir la importancia de ciertos momentos y lugares en la experiencia humana, ocurriendo en el instante donde el crux es experimentado, pudiendo convertirse en un instante de conexión íntima con la naturaleza, ya que el escalador debe comprender y responder a las características propias de la roca y el entorno. La naturaleza puede proporcionar claridad y sabiduría, y en este sentido, el crux puede ofrecer una oportunidad para una experiencia de lo trascendental en la naturaleza.
Al ampliar y exponer las dimensiones fenomenológicas de lo Sagrado, Eliade señala que lo Sagrado aparece en la experiencia humana como un punto crucial de orientación al mismo tiempo que proporciona acceso a la realidad ontológica que es su fuente y de la que el Homo religiosus tiene sed. Según Eliade, el Homo religiosus tiene sed de ser, sed de significado. En términos de espacio, lo Sagrado delinea la demarcación entre lo sagrado y lo profano y sitúa así el axis mundi como el centro.
Dentro del ritual de la escalada, donde el Adepto parte desde el suelo ascendiendo por la ruta emplazada en la piel pétrea del axis mundi, el crux es el momento clave en el que el escalador necesita emplear sus habilidades y técnicas de manera más intensa para superar un tramo especialmente desafiante — exigiéndose a sí mismo el máximo despliegue de sus capacidades para resolver el crux, experimentando diferentes enfoques y movimientos hasta encontrar la secuencia correcta que le permita avanzar en la ruta. La mente, como un compañero inquebrantable en el peregrinaje vertical, debe descubrir el ritmo, el equilibrio y la estrategia para superar los obstáculos que presenten en la Búsqueda.
El crux —manifestado como hierofanía (una manifestación de lo sagrado en lo profano, que puede ser tan sutil como un objeto, un lugar o un momento que se convierte en un canal de experiencia religiosa o espiritual)— representa un punto de desafío y dificultad que requiere que el escalador explore sus propias capacidades y límites — yendo más allá de lo conocido, una autoexploración profunda y una búsqueda interior para descubrir la verdad interna y superar las limitaciones autoimpuestas. Se pone a prueba la destreza, la fuerza y la habilidad del escalador; el Adepto que busca, por medio del eje de la roca, la exploración de la bóveda y la revelación que emerge de los pararrayos de Gaia, una dimensión más profunda de la realidad a través de una experiencia personal.
En la escalada, el crux representa el punto crítico donde un escalador debe superar sus limitaciones y miedos para avanzar — desafiando así el miedo a la muerte. Esto refleja una forma de transformación personal y trascendencia de los propios límites. Para Eliade, ciertos lugares se consideran sagrados porque se cree que proporcionan acceso a un plano superior de realidad. Así como el escalador busca superar el crux para avanzar hacia la cumbre, los individuos pueden buscar estos espacios sagrados para trascender su existencia cotidiana, puesto que estas actividades se producen fuera de lo mundano y profano, y enfrentan al Iniciado a una dimensión traumática y ascética diferente a lo experimentado en el día a día.
El despliegue temporal del crux es un momento crucial en la ruta, que requiere atención completa y decisiones cuidadosas, pues es un momento en el que el escalador se enfrenta a su propia verdad interna y encuentra un significado profundo en la superación del obstáculo. De manera similar, en las ideas de tiempo sagrado de Eliade, ciertos momentos en el calendario religioso son considerados especiales y apartados del tiempo ordinario. Estos momentos, a menudo marcados por rituales y ceremonias, ofrecen la oportunidad de experimentar lo sagrado y conectarse con lo trascendental — la importancia de reconocer y honrar momentos y lugares que tienen un significado más profundo; en su catábasis inversa el escalador no sólo se enfrenta a lo contragravitatorio de la ruta per se: los demonios que habitan en los parajes del desierto interior también deben abrazarse para ser derrotados durante el peregrinaje hacia las dimensiones superiores del axis mundi, hacia la bóveda. Para el acceso al espacio sagrado se requiere la superación de obstáculos. En la dimensión profana de la escalada, esto se relaciona con la superación de los desafíos físicos y mentales del crux. En lo esotérico, dentro del espacio sagrado, se han de superar barreras psicológicas y de distintas índoles para alcanzar los lugares en donde reside Lo Sagrado. Ambos procesos —profano y sagrado— implican esfuerzos del Adepto para superar limitaciones y barreras que separan lo ordinario de lo extraordinario.
El crux se presenta en medio de la ascensión, conectando el terreno de lo profano con la cumbre física deseada, que en la dimensiones sagradas corresponde a la realización de nuevas etapas/grados/estadios que se van revelando en la búsqueda griálica desde lo ctónico hasta lo celeste (para luego retornar al crisol donde se funde todo lo que se pulverizará finalmente en la Śūnyatā). Tal como los espacios sagrados a menudo actúan como puntos de conexión entre el mundo humano y el mundo divino, así el crux corporeiza la noción de que ciertos lugares o momentos actúan como puntos de unión entre diferentes dimensiones de la experiencia humana. La victoria en el crux —cuando finalmente el escalador emerge de las garras pétreas en un parto simbólico pero no menos desgarrador y estremecedor— es, de esta manera, una manifestación de habilidad, determinación y conexión con la naturaleza, una hierofanía que revela la presencia de lo divino en lo mundano, una metamorfosis donde la cáscara mortal queda con las huellas del trabajo alquímico del autoconocimiento. Cada agarre y cada movimiento habla de las cualidades innatas que yacen en el interior del Iniciado: la tenacidad, la paciencia, la resiliencia y la voluntad de abrazar lo desconocido y enfrentarlo, enfrentando también al miedo a la muerte.
A la memoria de Fernando. Hasta que volvamos a cantar.